miércoles, 12 de diciembre de 2007

Cómo incrementar la flexibilidad en las artes marciales

En esta oportunidad, querido lector, tenemos el gusto de acercarte un artículo elaborado por uno de los profesores de la Mu Bi Kwan, Gabriel Bustamante, referido a los métodos para incrementar nuestra elongación.


Cómo entrenar la flexibilidad
Por Gabriel Bustamante, profesor cinturón negro de Sipalki Mu Bi Kwan, instructor de musculación y streching, certificado en Nutrición y Farmacología Deportiva por el Centro Integral de Musculación Aeróbica (CIMA) y Antropometrista nivel 2 ISAK (ILSI). Además, es Entrenador Personal reconocido por la Universidad Nacional de Córdoba, Digitopunturista y efectuó cursos de Psicología en el Deporte en la Fundación Volver a Empezar.


Es muy común ver en los salones donde se practican artes marciales, que a la hora de entrenar la capacidad física de flexibilidad se opta por el llamado sistema balístico, o de rebote, que consiste en el estiramiento muscular basado en la elongación y acortamiento repetidos del músculo durante el ejercicio.

Si bien, como decimos, este es el método más cercano al gesto marcial, y es el más recomendable para la práctica general, o cuando se desea entrar en calor (siempre que se realice dentro de los rangos articulares de cada practicante y a una intensidad sub máxima), no es el método óptimo para incrementar la flexibilidad, porque la respuesta fisiológica no permite la elongación del músculo.

El método más efectivo consiste en la elongación mediante el método pasivo asistido, que consiste básicamente en mantener la elongación durante determinado tiempo con la ayuda de un compañero de práctica u objeto.

Si el practicante ya tiene un tiempo considerable de entrenamiento, es aconsejable utilizar el método PNF Fácil o Difícil, y dedicarle a la ganancia de flexibilidad una sesión especial de aproximadamente 40 ó 50 minutos por sesión. De esta manera, el entrenamiento de esta capacidad física dura el tiempo necesario para que se produzcan las adaptaciones fisiológicas necesarias.

De esta manera, se optimiza la ganancia de flexibilidad, y se minimiza el riesgo de sufrir lesiones musculares y articulares. Siempre es importante tener en cuenta que lo importante en cualquier entrenamiento no es el ejercicio en sí, sino el método que se ha decidido emplear.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Hoy soy un poco Steve Austin

Si, querido lector, hoy me siento un poco como el inolvidable Hombre de los Seis Millones de Dólares, el único, el Master de las carreras en cámara lenta y de las miradas a cámara con un ojo entrecerrado... ¡¡¡EL HOMBRE NUCLEAR!!!

En realidad, aclaro, me siento como debe haberse sentido Steve Austin antes de la operación que le restituyera sus miembros y lo dotara de capacidades sobrehumanas, tales como una vista superior a la de las águilas, con visión nocturna y rayos X para espiar a las señoritas por la calle, un brazo (el derecho) más fuerte que el de Arévalo, el grandote pelado que pulseaba con Gerardo Sofovich (nunca pero nunca nadie le pudo ganar a Arévalo, y el que diga que sí es un mentiroso, es el hombre más fuerte del mundo) y dos piernas capaces de correr a velocidades superiores a las de un automóvil, de saltar grandes distancias y de hacer alrededor de 3 millones doscientos mil jueguitos con la pelota, sin parar y sin apoyar el pie en el suelo.

Pero me fui por las ramas. Lo cierto es que mi estado físico actual es similar al que mostraba Austin cuando en la introducción del programa aparecía en camilla, con un respirador artificial y moretones.

En principio, por una lesión que data de hace unas tres semanas, producida por un Iob-Chagui lanzado con toda la potencia posible hacia la zona de mi falsa costilla. Este simpático golpe, administrado concienzudamente por un amigable compañero de práctica, fue particularmente molesto durante las primeras dos semanas, tornándose verdaderamente insoportable al efectuar los movimientos respiratorios de inhalación y exhalación, al punto tal de que logré memorizar los nombres de toda la parentela de mi querido compañero pateador de costillas.

Sin embargo, conforme pasó el tiempo, el intenso dolor fue cediendo hasta volver a situarse dentro de los líomites de lo tolerable. Es así que esta última semana ha sido particularmente buena, excepto por las ocasiones en que, mientras me encontraba completamente distraido mirando a Tinelli sentado en mi sillón favorito, sufría el encantador topetazo de mi querida Lola. Lola es mi perrita Boxer, que con cuatro meses y doce kilos adora arrojarse con toda su fuerza contra sus amos, demostrándonos de esta manera todo su afecto. Durante esas embestidas he visto las estrellas, y solo un instinto de conservación de la especie canina hizo que no sacrificara a mi hermosa Lolita. El instinto de ella, claro, que sale corriendo porque si no la ahorco. Ya la voy a agarrar.

La cuestión es que, casi recuperado de mi lesión en las costillas, ayer sufrí otra bonita lesión, fruto de un golpazo al efectuar un roll saltando por encima de unas sillas (y aquí quiero efectuar una nueva disgresión, para agradecer a mis compañeros de práctica, Marce, Soria, Fernando, mi cuñado Alejandro y mi hijo Gonza, que no se hayan reído a las carcajadas al verme en esa posición humillante que consiste en permanecer clavado en el suelo de cabeza, con el cuello doblado en un ángulo imposible sobre el hombro, las piernas separadas y semi flexionadas, agitándose en el vacío mientras se desplazan hacia el lado equivocado de la cintura. En serio, gracias a todos por reprimir las risas. Yo hubiera hecho lo mismo, muchachos, gracias).

Y, por cierto, están todos esos puntos de mi cuerpo que, yo lo sé, están siempre a punto de una lesión. Por lo general son aquellos lugares en los que anteriormente nos hemos lesionado. En mi caso, van desde los dedos pulgares, índices y medios de ambas manos, hasta la hernia en la cintura y la rodilla izquierda, oh y el codo izquierdo también, no quisiera olvidarme. Tú también tendrás varios de estos distritos corporales débiles, querido lector.

Así que aquí estoy ahora, aporreando el teclado gracias a la movilidad que todavía le queda a los dedos de mi mano derecha y tratando de no moverme del tórax hacia arriba, lo que incluye no girar ni torcer la cabeza, no levantar el brazo para tomar una taza, ya que el dolor en el hombro y cuello se torna insoportable, no cortar la carne, no respirar, no rascarme en un descuido con la mano derecha y un sin fin de precauciones adicionales que no viene al caso compartir contigo, querido lector.

Y sin embargo, sucede algo extraño con las lesiones. Nos joden. No nos permiten entrenar con comodidad durante un tiempo. Nos impiden efectuar nuestras tareas habituales en el trabajo. Provocan que gente que no nos importa en lo más mínimo, y a quienes nosotros tampoco importamos en lo más mínimo, se acerquen a nosotros de todas formas y nos pregunten, con calculado tono de preocupación : "¡Qué te pasó!". Son motivo de insoportables visitas al traumatólogo, quien a esta altura ya debería habernos invitado a pasar Año Nuevo con él, dado el grado de intimidad alcanzado. Son la causa de esa sonrisa socarrona que advertimos en otros practicantes, ah, esa sonrisita que parece decirnos "jejeje, si te lesionaste es porque no eres lo suficientemente buehno, jejeje, NUNCA serás lo bastante bueno, JEJEJE"... Y así.

Y decía, sin embargo, uno debería sentirse orgulloso de sus lesiones. De alguna manera, son como las arrugas en el rostro de una persona. Con el tiempo, van dejando una suerte de mapa de nuestras prácticas. Vamos, que hacemos Sipalki, no estamos estudiando Reparación de PCs. Las lesiones que tenemos hablan de lo que somos como practicantes. De nuestros puntos débiles, sobre todo. Nos enseñan nuestros límites, que a veces, ay, suelen estar demasiado cercanos, y nos bajan a la realidad cuando empezamos a creernos mejores de lo que somos. Nos enseñan a cuidarnos, a cuidar nuestro cuerpo y, si tenemos dos dedos de frente y unas gotitas de lucidez, a cuidar el cuerpo de nuestro compañero, porque somos conscientes del daño que podemos causarle por negligencia en la práctica, o por simple estupidez. Nos enseñan a soportar el dolor y seguir practicando, porque sabemos que tal vez, algún día no deseado, no vamos a poder tirar la toalla porque nos han lastimado en una pelea, sino que vamos a tener que darle para adelante pese al dolor. Gracias a ellas, cobramos conciencia del dolor que estamos aprendiendo a administrar en otras personas.

Quiero dejarlos con estos bonitos pensamientos, para que reflexionen durante el fin de semana. Y no quiero despedirme sin recordarles que, como decía al principio, hoy soy un poco Steve Austin, el hombre de los seis millones de dólares. Sólo que sin esos seis millones. De manera que he decidido abrir una cuenta en el Banco Nación, en la que pueden depositar el importe que les parezca adecuado para ayudarme en la rehabilitación de mis miembros. El número de la cuenta es el 435....

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